17.6.12

Función de las apariciones de la Virgen en el último tercio del siglo XX.


Muy poco antes del inicio del concilio Vaticano II se inician las apariciones de Garabandal en Santander. Durante cuatro años la Virgen se aparece cientos de veces, acuden miles de peregrinos, habrá  manifestaciones extraordinarias y hechos inexplicables a la razón humana, pero siempre en relación con objetos y devociones religiosas. En ningún momento se altera en lo más mínimo lo que son los conocimientos de la gente en relación con la devoción católica tradicional, que se confirman y cobran nuevo relieve. La presencia de la Virgen confirma a los fieles, reaviva su fe, y cambia a los fríos, a los escépticos que llegan. Uno de esos iniciales escépticos, el joven jesuita padre Andreu llega a morir incapaz su cuerpo de sobrellevar el amor inmenso dejado en su corazón por la Virgen.
Miles de personas se ven influenciadas por estas apariciones, en un contexto de comunicación persona a persona, pues los medios de comunicación –a excepción de un reportaje en el documentario oficial cinematográfico- y los medios eclesiásticos no se hacen ningún eco de ellas, sólo en los informes secretos que los sacerdotes que van de paisano, enviados de los obispos redactan, aunque con frecuencia las niñas videntes reconocen su condición por más que pretenden pasar desapercibidos. Sin embargo, estas pruebas no influirán en las  valoraciones oficiales que se harán.
Coinciden entonces plenamente Garabandal con el concilio Vaticano II en términos de período de tiempo, 1962-1965, en apariencia sin tener nada que ver, pero eventos por completo relacionados en lógica providencia celestial que es siempre característica de todas las mariofanías, anticipando soluciones a catástrofes venideras (no que el Concilio fuera una catástrofe, sino sus aplicaciones hechas por falsos reformadores que se revistieron de la legitimidad conciliar para operar reformas que el Concilio de ninguna manera había ordenado).
El concilio Vaticano II pretendía una renovación de la Iglesia, una actualización, sin embargo de parte de eclesiásticos y de muchos católicos comprometidos, se hizo una interpretación equívoca, entendiendo que renovar la Iglesia exigía un cambio de paradigma, en concreto la devoción y todo lo que tuviera un halo tradicional, específicamente la piedad popular era considerada una rémora para la modernización de la Iglesia, con sus rosarios, sus rezos, sus prácticas religiosas, entendían que todo eso era un estorbo para el entendimiento entre el mundo moderno y la Iglesia.
No entendían que la piedad popular no había surgido de un subconsciente colectivo sino que había estado inspirada por acción del cielo, y en concreto que habían sido las manifestaciones de María y de Cristo las que habían introducido aquí y allí esas devociones, que no eran ajenas a la historia ni a la vida de las personas, sino que se insertaban plenamente en la historia de la salvación. Creyendo servir a Dios se opusieron decididamente a los elementos de la piedad popular y por tanto a las disposiciones divinas.
Es en este punto en el que Garabandal jugará un papel primordial, y ello sin contradecir explícitamente las nuevas tendencias, en las que estaban mezcladas inextricablemente el trigo y la cizaña. No se hacía una separación teórica o explícita que no podría ser bien entendida, (evidenciandose aquí la elemental y soberana prudencia del Cielo). Con las manifestaciones marianas se producía una reafirmación del valor de la piedad popular y de los actos de devoción; éstos son historia de la salvación, puesto que afectan al cambio en las conciencias, a la purificación de las mismas, y a mejorar la condición moral de las gentes, que se traduce en mejora de la condición existencial de la sociedad. Auténtica piedad popular y calidad de vida social, como humanización, son inseparables, pero esto dejó de reconocerse.
Miles de eclesiásticos y católicos llamados comprometidos arrollaron por doquier la concepción popular de la fe. Pero la Virgen actuaba discretamente fuera del marco del poder de los reformadores, y extendía sus manifestaciones, todo sin hacer "oposición". Lo que obraba lo hacía fuera de las iglesias, en colinas, cuevas, prados, porque aquellas eran territorio de los ministros de su Hijo y Ella respeta su voluntad incluso si éstos no consideraban prudente las mariofanías, mucho menos en el espacio bajo su administración. Ella no quita de ningún modo autoridad a los ministros, no los expone públicamente, no los combate, como sí se hace por gentes que sí quieren una restauración, pero lo hacen humanamente y por tanto fuera de la voluntad divina.
Se crearon por miles cenáculos de oración como los del padre Pío, miles de personas peregrinaban a los sitios de apariciones, humildes videntes hablaban al corazón de las personas, y eso produjo un sostenimiento de la fe, y un consuelo a las almas en sus padecimientos de cuerpo y espíritu en medio de la sibilina destrucción que procuraban los reformadores.
En los años 70 se producen otras apariciones como las de el País Vasco, Umbe que tienen la misma función que las de Garabandal, antes habían tenido lugar otras en La Codosera, Badajoz, otras en Onuba y naturalmente persisten las peregrinaciones a Fátima y Lourdes con la misma función estimulada de la conversión y de una vida cristiana más perfecta, por tanto más humana. En 1973 se producen las manifestaciones de Akita. En 1981 se producen las apariciones de Medjugorje. Pero el grueso las apariciones poco o nada conocidas es muchísimo más amplio que el de las apariciones conocidas. En el interior de la Iglesia sin embargo hay una hermenéutica que es la de que desconfiar de aquello que no tiene el aval del reconocimiento oficial, olvidando que la parsimonia es ingrediente obligado en quienes tienen que extender esos avales.
En el llamado catolicismo comprometido, aquél que es cercano a una mayoría eclesiástica se mantiene un alejamiento respecto de las manifestaciones marianas, o bien se pide secreto, ausencia de exposición pública. Hay un principio extendido que viene a decir crea usted en apariciones pero no lo manifieste, con lo cual tienden un sutil cortocircuito a su difusión entre las almas y por tanto a su potencial benefactor y salvífico.
Una parte de la Iglesia eclesiástica oficial ha querido salir de los abusos y pretende una cierta restauración, sin embargo se mantiene la necesidad de considerar clandestina la creencia en apariciones, puesto que estás comprometerían la credibilidad de la Iglesia; naturalmente que ése es un hecho posible en el caso de diversas apariciones, pero no tanto por las apariciones en sí, como por los comportamientos de personas relacionadas con los grupos desarrollados en torno a las apariciones, que a menudo se salen de la línea prudente de los mensajes; así que esa separación con respecto a las apariciones se puede justificar de algún modo no tanto por estar en contra de la manifestación, cuanto de los malos comportamientos posibles aprovechando esas manifestaciones. Un ejemplo relevante sería el caso del Palmar de Troya en Sevilla, donde como se sabe se produjo un cisma y una parodia de la Iglesia jerárquica o más recientemente el fiasco en el Higuerón, también en Andalucía.
La Virgen como se sabe es la Reina de la suma discreción, y el mismo temor de la Iglesia eclesiástica hacia las apariciones en realidad sirve al propósito de éstas, y las personas pueden tener relación íntima con la Virgen y con el Señor de una manera histórica, experiencial, vivencial, con un lenguaje sencillo, sublime, y conmovedor, como corresponde al lenguaje celestial.
Así la Iglesia eclesiástica cumple una función que es la de distribuir sacramentos y cumplir la voluntad salvífica de Dios sobre los hombres pero al mismo tiempo, cargada de humanidad como está, vuelve opaco el mensaje de Dios, no es capaz de este lenguaje conmovedor, sencillo, sino que a menudo se envuelve con la carga del exceso de concepto, se centra especialmente en el segundo mandamiento considerando que ya incluye el primero, e insiste en la voluntad humana, en la necesidad de sacrificarse, y en último término propende al colmo del alejamiento de Dios que es la deshumanización, apelando a un continuum humano-divino sin consultar a Dios e imponiendo una visión sobreinmolatoria.
 Mucho antes del concilio básico Vaticano II se había extendido esa espiritualidad inmolatoria, sin consulta a la voluntad divina, sin discernimiento adecuado, debido precisamente a la sobreprecaución en relación con la manifestación directa divina. Un proceso degenerativo de varios siglos, que había empezado incluso antes de la era de Santa Teresa, desde el siglo XIII aproximadamente. En la vida de su hija espiritual santa Teresita se aprecia la diferencia entre una espiritualidad bajo la dirección divina, y la de alguna de sus compañeras de convento inmersas en la inmolatoria, perfeccionista, rigorista e imposible. Dos partidos espirituales se reparten a menudo la escena: los inmolatorios y los cínicos que llegan  a ese cinismo al ver la imposibilidad de responder a las exigencias de la perfección desde la voluntad inmolatoria.

Afortunadamente aparecieron libros con visiones y mensajes que ayudaban a los fieles que querían llegar a una intimidad con Dios a una vida más perfecta según Dios. No encontraban en la vida exterior eclesial esa cercanía al alma del cielo ni ese lenguaje sublime y conmovedor. Libros como el de "Un llamamiento al amor", con los mensajes dados a la religiosa sor Josefa Menéndez, coadjutora del sagrado corazón en los años 20, o el diario espiritual de Gabriela Bossis, o bien el libro del padre Gobbi con los mensajes de "la Virgen a sus hijos predilectos los sacerdotes", al unísono con las apariciones permitían cubrir la comunicación íntima entre el cielo y las almas, de modo que éstas no desfallecerán dentro del maremágnum de confusión que supusieron los años con falsa aplicación del concilio; libros con mensajes del cielo, fáciles de entender como limpios, junto a las apariciones que se iban sucediendo permitían la enseñanza y el acompañamiento a los millones de católicos y también a los que no siendo creyentes y estando alejados podían ser conmovidos por el Cielo, lo que nunca hubieran conseguido los marcos del discurso y la acción eclesiástica. Naturalmente los sacerdotes buenos y profundos conseguían los mismos resultados que las apariciones, pero su escasez, la escasez de buenos operarios, no permitía llegar al conjunto de las almas con voluntad de querer a Dios o al menos con potencial de querer a Dios y a los seres celestes en su conjunto.
De ese modo, la hecatombe que hubiera podido suponer la falsa aplicación del concilio, fue amortiguada, e incluso permitió apreciar mucho mejor, en la práctica, el contraste entre los métodos humanos de la supuesta reforma y elevación espiritual, y los métodos del cielo, siempre inseparables de lo que constituye la esencia de una relación paterno filial, materno filial.
Los falsos aplicadores del concilio destruyeron en parte el antiguo régimen. Completaron desde dentro lo que habían hecho los de fuera cuando dejaron a la Iglesia sin sus estados pontificios. Desde siglos atrás se había perpetuado una espiritualidad de inmolación y de desconexión con la manifestación divina exteriorizada a través de profetas no necesariamente eclesiásticos, sino tomados del pueblo llano e incluso tomados de entre los niños, igual que había ocurrido con los profetas del antiguo testamento, a menudo muchachos. En medio del activismo con las mejores intenciones, surgido para oponerse al nuevo orden social ateo y materialista que arrastraba a las sociedades en los inicios del siglo XX, se había instalado el método organizativo que exigía activistas, acentuándose la inmolación como protagonista de la espiritualidad, el sacrificio, considerando que todo sacrifico es de por sí agradable a Dios, olvidando que no se agrada de los sacrificios de cualquier tipo sino del fundamental que es el del sacrificio del sí propio pero dentro de un plan divino que siempre existe; la voluntad humana con las mejores intenciones se colocaba por delante de la voluntad divina. Que la maternidad de María estaba muy en segundo plano, por más que se la invocase o celebrase sus fiestas, lo demostraba la oposición sistemática a sus manifestaciones, patente en numerosas epifanías que tuvieron lugar a lo largo del siglo.
Con una perfecta corrección en la enseñanza moral, en la enseñanza dogmática, en la enseñanza teológica, sin embargo se había mezclado la deshumanización y la visión de la persona religiosa como sujeto que lo mejor que podía hacer para agradar a Dios era inmolarse continuamente, incluso en cada momento, contrariándose a sí mismo hasta el paroxismo. Contra esto se rebelaron a su manera los falsos reformadores, pero echando al niño con el agua sucia. Por el contrario la Madre venía a actuar para recoger a los hijos, que no se sumaban a la falsa reforma o que eran víctimas cándidas de ella, pero que seguían sintiéndose culpables por la acentuación inmolatoria, la cual no podían sobrellevar, igual que ocurriera a los antiguos judíos con la ley. Igual que Jesús vino para introducir el corazón en una religión materializada y sacrificial, del mismo modo la Virgen ha venido para introducir nueva vida en una religiosidad muy correcta en muchos órdenes, pero que se había hecho losa imposible de llevar, con desfallecimiento de las almas que deseaban responder a Dios y peor aún con una esperanza nula ante una religión cuya única fuente de discurso era el del eclesiásicamente correcto, árido en extremo a base de no haberse dejado maternizar.

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