6.12.12

El Cristo de Piedramillera, el otro Limpias

“La conversación gira en torno a esta pregunta: ¿Qué pasa en Piedramillera?”. Con este interrogante comenzaba la escueta crónica publicada en las páginas del diario vasco El Correo Español el 28 de mayo de 1920. Rumores que se extendían por toda la comarca aseguraban que el Cristo que se venera en una pequeña capilla adyacente a la iglesia parroquial miraba a los feligreses, les sonreía... y obraba milagros. “Es indescriptible lo que aquí sucede –se quejaba el párroco–. Después de venir la gente del campo se celebra la novena y la ofrenda de flores a María. Una vez terminada la función, en vez de salir fuera, acuden a la capilla y no salen de allí ni se acuerdan de ir a cenar.”

IMÁGENES QUE COBRAN “VIDA”
A 18 km de Estella, sobre el manto de una llanura sembrada de cereales que se encuentra escondida en la comarca de Berrueza, se alza la pequeña aldea de Piedramillera. Majestuosa, elevándose sobre las hileras de casas que se divisan desde la apretada y tortuosa carretera que conduce hasta la aldea, se recorta hasta casi acariciar el cielo la monumental iglesia parroquial de la Natividad de Santa María, construida entre los siglos XVI y XVIII.
Antaño este santuario sirvió a la congregación de la orden de La Capellanía para “enseñar a leer, escribir, contar y orar a los niños”. Bajo la cúpula del templo, las barrocas escenas de la Anunciación, el Nacimiento y la Epifanía del Niño Dios, que integran el retablo plateresco del altar, labrado alrededor de 1560, pasan desapercibidas para el visitante que ha oído hablar de lo que aconteció en esta iglesia. En la sombría capilla lateral tuvo lugar un extraño acontecimiento que terminaría convirtiéndose en uno de los episodios más singulares de la historia reciente de esta diminuta aldea casi borrada de los mapas.
En su estudio Los prodigios de Limpias a la luz de la teología y de la ciencia (1920), fray Luis Urbano, doctor en ciencias físicas y teólogo de la Universidad Pontificia de Valencia, menciona la “epidemia” de imágenes supuestamente milagrosas que en aquella época estaban movilizando auténticas riadas de peregrinos hacia distintas aldeas de Navarra. De ellas apenas ha llegado testimonio escrito hasta nuestros días. Uno de los escasos datos se refiere al rumor de que en la localidad de Mañeru tres niños habían sido testigos, mientras se encontraban orando ante la imagen del Cristo de una parroquia, de un prodigio similar al que supuestamente sucedía en Piedramillera. Probablemente estos episodios tuvieron su origen en los hechos que acontecieron en el pueblo cántabro de Limpias (ver recuadro en la pág. 56), donde numerosos testimonios aseguraban que el Cristo crucificado movía los ojos. Pero, a diferencia de la repercusión mediática que alcanzó el caso de Limpias, en Piedramillera la prensa y el clero optaron por silenciar lo ocurrido.
Solamente una breve reseña en un periódico conservador de entonces, unida a la “tradición oral” de lo que recuerdan los vecinos, permite rescatar algunos de los detalles de uno de los primeros y más auténticos expedientes X españoles del siglo XX. Parece ser que todo comenzó en torno al mes de abril de 1920 cuando, después de confesar a una niña de diez años, el sacerdote le impuso como penitencia que fuera al pequeño altar de la capilla adyacente a la sacristía y besara los pies del Cristo crucificado. La pequeña se esforzaba inútilmente dando brincos para alcanzar los pies del crucifijo. En ese momento, según las crónicas de entonces, el Cristo se movió haciendo que uno de sus pies se desprendiera del clavo para que la niña pudiera besarlo.

PRODIGIOS EN PIEDRAMILLERA
A los pocos días eran miles los peregrinos que desde todos los rincones de Navarra acudían al santuario de Santa María de Piedramillera para visitar la capilla en la que se guardaba la imagen. “A las voces de los prodigios que está obrando el Santo Cristo de la Agonía de Piedramillera –sostenía un diario de la época–, el domingo de Pascua de Pentecostés acudieron al lugar de los sucesos infinidad de personas de la ciudad de Estella que pregonan la fama de esa imagen de Jesús Crucificado (...).
Si muchas son las miserias humanas, el Señor quiere hacer palpar a los incrédulos sus infinitas misericordias. ¡Loor y gloria sean dadas a su divina bondad!”. Se cuenta que un día del mes de mayo, sobre las dos de la tarde, una mujer de unos cuarenta años procedente de Los Arcos –población situada a 16 km–, ciega y muda desde hacía once, acudió a la cripta para dejar una limosna frente a la imagen.
Entonces protagonizó, según dicen, una de las más estremecedoras escenas contempladas en el lugar: tras recuperar la visión, se fundió en un conmovedor abrazo con sus hijos bajo la cúpula de la capilla. “La emoción del público es enorme –relataban las crónicas periodísticas de aquellas fechas– y a la señora curada la hacen hablar en público para que todos se cercioren del milagro. Los pueblos acuden en masa y son ya legión los que afirman haber visto los movimientos del Señor.”
A raíz de ese episodio comenzó a registrarse una tímida estela de supuestas curaciones milagrosas y hechos prodigiosos sin fácil explicación. Se menciona, entre otros, el caso de una niña de la localidad de Acedo (Navarra) aquejada del “mal de San Vito” –enfermedad de Huntington, que afecta al aparato psicomotor– que sanó milagrosamente un sábado después de postrarse ante el Cristo. Un cronista de la época recoge también el testimonio de un vecino de la localidad de Viana, Francisco Fernández, conocido como El Rorro, quien llevaba seis meses padeciendo reúma: “Entré con la plena fe de que el Señor me habría de curar; hice una pequeña oración y al pronto vi que el Santo Cristo movía los ojos y pestañeaba. Un sudor frío dominó mi cuerpo y, ya para caer desvanecido, me sacaron de la iglesia. Y sin darme cuenta anduve un gran rato sin bastones.
Volví a entrar y de nuevo contemplé el milagro, y esto por tres veces. Y pondría el cuello para que me lo cortasen si no digo la verdad”. Begoña Díaz, que custodia las llaves de la iglesia y amablemente nos permitió el acceso a la capilla, todavía recuerda lo que le aconteció a un feligrés que, “falto de fe”, se mofó de los prodigios del Cristo arrojando una moneda al suelo para que la recogiera. No había terminado de lanzar su desafío cuando cayó al suelo inconsciente.
La alcaldesa de Piedramillera, María Inés Acedo, describe en su obra Piedramillera: mi pueblo (2001) el ambiente que se generaba alrededor de la capilla del Cristo: “Los desmayos y las desganas eran tan fuertes en algunas personas que debían acudir, llevadas por otros, a la farmacia del pueblo para reponerse”.
El párroco de entonces, Pedro Arrastia, escribió una carta al Arzobispado quejándose de la masiva concurrencia de fieles a la iglesia, lo que le obligaba en algunas ocasiones a dar misa fuera del templo. Tal vez el excesivo protagonismo adquirido por la imagen eclipsó los sermones del sacerdote hasta tal extremo de que el Arzobispado emitió un comunicado en el que desacreditaba los supuestos prodigios: “Todo milagro es un hecho admirable y extraordinario, pero también es cierto que no todo lo extraordinario y admirable es milagro, y mucho menos cuando son personas rudas e ignorantes las que lo declaran como tal. Las mujeres son mucho más impresionables que los hombres. Ningún sacerdote, médico o maestro dice haber visto nada anormal. Por ello hay que ser prudentes y no precipitarse”.

ANTECEDENTES PARA UN MILAGRO
Probablemente los supuestos milagros acaecidos en Navarra pueden situarse en el contexto de una época generosa en testimonios de sucesos de este tipo, tal como sugiere la coincidencia de fechas con el revuelo generado en torno a las “apariciones” de Fátima (1917).
En 1919, justo un año antes de que la imagen de Piedramillera obrara presuntos milagros, en el pueblo cántabro de Limpias miles de testigos aseguraron que el Cristo de la Agonía movía los ojos y parecía respirar: “Al poco de entrar en la iglesia –detalla una candorosa mujer de la época– observo en el Santo Cristo que sus ojos se cierran por completo, y uno de ellos se hincha, amoratado, como cuando se da uno un golpe, y veo deslizarse de él gotitas de sangre viva, una a una, que, corriendo por su mejilla, se perdían al llegar a la altura de la boca”.
También en aquella década alcanzaron celebridad en toda Europa las fotografías obtenidas en 1911 en el hogar del abate Vachère, situado en la localidad francesa de Mirabeau, que muestran un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús del que aparentemente manaban hilos de sangre. En este caso, como en tantos otros, el iconográfico testimonio del milagro fue acusado de “piadoso” fraude.

EL DATO
El municipio de Piedramillera tiene una extensión de 11,2 km 2 y está situado a una altitud de 639 m sobre el nivel del mar. Se encuentra entre los ríos Ega y Odrón, abrigado por la Peña, desde donde se divisan las serranías de San Gregorio y San Nicolás. A sus habitantes se les conoce con el gentilicio de “cozcorros”. En la época en la que ocurrieron los supuestos prodigios protagonizados por el Cristo de Piedramillera en la aldea vivían alrededor de 370 personas. Posteriormente, el fuerte éxodo rural de mediados del siglo XX hizo descender el censo hasta los 60 habitantes con los que cuenta actualmente, una población que se duplica durante la época estival.

(De la revista Más Allá)

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