“La conversación gira en torno a esta pregunta: ¿Qué pasa en
Piedramillera?”. Con este interrogante comenzaba la escueta crónica
publicada en las páginas del diario vasco El Correo Español el 28 de
mayo de 1920. Rumores que se extendían por toda la comarca aseguraban
que el Cristo que se venera en una pequeña capilla adyacente a la
iglesia parroquial miraba a los feligreses, les sonreía... y obraba
milagros. “Es indescriptible lo que aquí sucede –se quejaba el párroco–.
Después de venir la gente del campo se celebra la novena y la ofrenda
de flores a María. Una vez terminada la función, en vez de salir fuera,
acuden a la capilla y no salen de allí ni se acuerdan de ir a cenar.”
IMÁGENES QUE COBRAN “VIDA”
A
18 km de Estella, sobre el manto de una llanura sembrada de cereales
que se encuentra escondida en la comarca de Berrueza, se alza la pequeña
aldea de Piedramillera. Majestuosa, elevándose sobre las hileras de
casas que se divisan desde la apretada y tortuosa carretera que conduce
hasta la aldea, se recorta hasta casi acariciar el cielo la monumental
iglesia parroquial de la Natividad de Santa María, construida entre los
siglos XVI y XVIII.
Antaño este santuario sirvió a la congregación
de la orden de La Capellanía para “enseñar a leer, escribir, contar y
orar a los niños”. Bajo la cúpula del templo, las barrocas escenas de la
Anunciación, el Nacimiento y la Epifanía del Niño Dios, que integran el
retablo plateresco del altar, labrado alrededor de 1560, pasan
desapercibidas para el visitante que ha oído hablar de lo que aconteció
en esta iglesia. En la sombría capilla lateral tuvo lugar un extraño
acontecimiento que terminaría convirtiéndose en uno de los episodios más
singulares de la historia reciente de esta diminuta aldea casi borrada
de los mapas.
En su estudio Los prodigios de Limpias a la luz de la
teología y de la ciencia (1920), fray Luis Urbano, doctor en ciencias
físicas y teólogo de la Universidad Pontificia de Valencia, menciona la
“epidemia” de imágenes supuestamente milagrosas que en aquella época
estaban movilizando auténticas riadas de peregrinos hacia distintas
aldeas de Navarra. De ellas apenas ha llegado testimonio escrito hasta
nuestros días. Uno de los escasos datos se refiere al rumor de que en la
localidad de Mañeru tres niños habían sido testigos, mientras se
encontraban orando ante la imagen del Cristo de una parroquia, de un
prodigio similar al que supuestamente sucedía en Piedramillera.
Probablemente estos episodios tuvieron su origen en los hechos que
acontecieron en el pueblo cántabro de Limpias (ver recuadro en la pág.
56), donde numerosos testimonios aseguraban que el Cristo crucificado
movía los ojos. Pero, a diferencia de la repercusión mediática que
alcanzó el caso de Limpias, en Piedramillera la prensa y el clero
optaron por silenciar lo ocurrido.
Solamente una breve reseña en un
periódico conservador de entonces, unida a la “tradición oral” de lo que
recuerdan los vecinos, permite rescatar algunos de los detalles de uno
de los primeros y más auténticos expedientes X españoles del siglo XX.
Parece ser que todo comenzó en torno al mes de abril de 1920 cuando,
después de confesar a una niña de diez años, el sacerdote le impuso como
penitencia que fuera al pequeño altar de la capilla adyacente a la
sacristía y besara los pies del Cristo crucificado. La pequeña se
esforzaba inútilmente dando brincos para alcanzar los pies del
crucifijo. En ese momento, según las crónicas de entonces, el Cristo se
movió haciendo que uno de sus pies se desprendiera del clavo para que la
niña pudiera besarlo.
PRODIGIOS EN PIEDRAMILLERA
A
los pocos días eran miles los peregrinos que desde todos los rincones de
Navarra acudían al santuario de Santa María de Piedramillera para
visitar la capilla en la que se guardaba la imagen. “A las voces de los
prodigios que está obrando el Santo Cristo de la Agonía de Piedramillera
–sostenía un diario de la época–, el domingo de Pascua de Pentecostés
acudieron al lugar de los sucesos infinidad de personas de la ciudad de
Estella que pregonan la fama de esa imagen de Jesús Crucificado (...).
Si
muchas son las miserias humanas, el Señor quiere hacer palpar a los
incrédulos sus infinitas misericordias. ¡Loor y gloria sean dadas a su
divina bondad!”. Se cuenta que un día del mes de mayo, sobre las dos de
la tarde, una mujer de unos cuarenta años procedente de Los Arcos
–población situada a 16 km–, ciega y muda desde hacía once, acudió a la
cripta para dejar una limosna frente a la imagen.
Entonces
protagonizó, según dicen, una de las más estremecedoras escenas
contempladas en el lugar: tras recuperar la visión, se fundió en un
conmovedor abrazo con sus hijos bajo la cúpula de la capilla. “La
emoción del público es enorme –relataban las crónicas periodísticas de
aquellas fechas– y a la señora curada la hacen hablar en público para
que todos se cercioren del milagro. Los pueblos acuden en masa y son ya
legión los que afirman haber visto los movimientos del Señor.”
A
raíz de ese episodio comenzó a registrarse una tímida estela de
supuestas curaciones milagrosas y hechos prodigiosos sin fácil
explicación. Se menciona, entre otros, el caso de una niña de la
localidad de Acedo (Navarra) aquejada del “mal de San Vito” –enfermedad
de Huntington, que afecta al aparato psicomotor– que sanó milagrosamente
un sábado después de postrarse ante el Cristo. Un cronista de la época
recoge también el testimonio de un vecino de la localidad de Viana,
Francisco Fernández, conocido como El Rorro, quien llevaba seis meses
padeciendo reúma: “Entré con la plena fe de que el Señor me habría de
curar; hice una pequeña oración y al pronto vi que el Santo Cristo movía
los ojos y pestañeaba. Un sudor frío dominó mi cuerpo y, ya para caer
desvanecido, me sacaron de la iglesia. Y sin darme cuenta anduve un gran
rato sin bastones.
Volví a entrar y de nuevo contemplé el milagro, y
esto por tres veces. Y pondría el cuello para que me lo cortasen si no
digo la verdad”. Begoña Díaz, que custodia las llaves de la iglesia y
amablemente nos permitió el acceso a la capilla, todavía recuerda lo que
le aconteció a un feligrés que, “falto de fe”, se mofó de los prodigios
del Cristo arrojando una moneda al suelo para que la recogiera. No
había terminado de lanzar su desafío cuando cayó al suelo inconsciente.
La alcaldesa de Piedramillera, María Inés Acedo, describe en su obra
Piedramillera: mi pueblo (2001) el ambiente que se generaba
alrededor de la capilla del Cristo: “Los desmayos y las desganas eran
tan fuertes en algunas personas que debían acudir, llevadas por otros, a
la farmacia del pueblo para reponerse”.
El párroco de entonces,
Pedro Arrastia, escribió una carta al Arzobispado quejándose de la
masiva concurrencia de fieles a la iglesia, lo que le obligaba en
algunas ocasiones a dar misa fuera del templo. Tal vez el excesivo
protagonismo adquirido por la imagen eclipsó los sermones del sacerdote
hasta tal extremo de que el Arzobispado emitió un comunicado en el que
desacreditaba los supuestos prodigios: “Todo milagro es un hecho
admirable y extraordinario, pero también es cierto que no todo lo
extraordinario y admirable es milagro, y mucho menos cuando son personas
rudas e ignorantes las que lo declaran como tal. Las mujeres son mucho
más impresionables que los hombres. Ningún sacerdote, médico o maestro
dice haber visto nada anormal. Por ello hay que ser prudentes y no
precipitarse”.
ANTECEDENTES PARA UN MILAGRO
Probablemente
los supuestos milagros acaecidos en Navarra pueden situarse en el
contexto de una época generosa en testimonios de sucesos de este tipo,
tal como sugiere la coincidencia de fechas con el revuelo generado en
torno a las “apariciones” de Fátima (1917).
En 1919, justo un año
antes de que la imagen de Piedramillera obrara presuntos milagros, en el
pueblo cántabro de Limpias miles de testigos aseguraron que el Cristo
de la Agonía movía los ojos y parecía respirar: “Al poco de entrar en la
iglesia –detalla una candorosa mujer de la época– observo en el Santo
Cristo que sus ojos se cierran por completo, y uno de ellos se hincha,
amoratado, como cuando se da uno un golpe, y veo deslizarse de él
gotitas de sangre viva, una a una, que, corriendo por su mejilla, se
perdían al llegar a la altura de la boca”.
También en aquella década
alcanzaron celebridad en toda Europa las fotografías obtenidas en 1911
en el hogar del abate Vachère, situado en la localidad francesa de
Mirabeau, que muestran un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús del que
aparentemente manaban hilos de sangre. En este caso, como en tantos
otros, el iconográfico testimonio del milagro fue acusado de “piadoso” fraude.
EL DATO
El municipio de Piedramillera
tiene una extensión de 11,2 km 2 y está situado a una altitud de 639 m
sobre el nivel del mar. Se encuentra entre los ríos Ega y Odrón,
abrigado por la Peña, desde donde se divisan las serranías de San
Gregorio y San Nicolás. A sus habitantes se les conoce con el gentilicio
de “cozcorros”. En la época en la que ocurrieron los supuestos
prodigios protagonizados por el Cristo de Piedramillera en la aldea
vivían alrededor de 370 personas. Posteriormente, el fuerte éxodo rural
de mediados del siglo XX hizo descender el censo hasta los 60 habitantes
con los que cuenta actualmente, una población que se duplica durante la
época estival.
(De la revista Más Allá)
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