31.1.13

Apariciones post-Ezkioga, en Lizárraga

Ezkio en 1931 fue uno de los lugares adonde acudieron varias personas de
Lezáun atraídas por las noticias de apariciones de la Virgen, pero no fueron tantas como a
Lizarraga (Ergoyena) cuyas apariciones produjeron un tremendo impacto en el pueblo. Aquí
sólo eran los más puros, los más inocentes, quienes podían presenciar las apariciones.
Un testimonio de primera mano es el de Francisco Argandoña niño en aquel entonces, llevado allí por su mamá, que lo cuenta en el marco de un estudio antropológico sobre leyendas de Lezaun, pero cuyo valor y candidez son muy reveladoras:

“Primero fue Santiago con la Aquilina. Nosotros teníamos mucha amistad con los de José María
Urabayen desde siempre. Y Santiago vio al Niño Jesús. Después fue nuestro padre. Un día que estábamos
sembrando abolbe (alholva) en Zarraldabe y nos quedamos la madre y yo narriando. Le llevó la
madre la ropa nueva a la pieza y él ya veía que íbamos a rematar y se cambió de ropa allá, en aquella
alcantarilla, y se cogió la Estellesa y se fue. Y en el autobús iba un cura, que cuando oyó al padre pedir
un billete a Lizarraga, le interrogó:
- ¿No irá usted a ver las apariciones?.
- Sí, a eso voy.
- ¿Y usted también cree?.
- ¡Coño, no voy a creer!, pues voy a ver lo que pasa allí.
- ¿Pero va usted porque cree o va a ver?.
- Pues claro que creo, dicen que los chicos ven, ven... Pues voy a ver lo que ven los chicos.
- Pues todo eso es una barbaridad, no se puede consentir.
El cura estaba en contra de todo eso, y el padre, que sospechaba que aquel cura era comunista,
porque ya se había empezado a decir que había curas comunistas y republicanos, dijo:
- Pues he dejado a la mujer y al chico en la pieza y yo me voy a ver.
- Pues mejor hubiera hecho usted en quedarse en la pieza y no ir adonde va.
Llegó el padre y no vio nada, pero decidió que fuéramos la madre y yo haber si, por si acaso... La
madre dijo que que ni Estellesa ni nada, con la =Morica= (la yegua) que era más barato. Cogimos un
par de kilos de uvas y, un rato montada ella y otro rato yo, llegamos hasta el túnel, donde un pastor nos
dijo un alcorce para bajar derecho, y así lo hicimos, aunque para eso había que bajar de la =Morica= e
ir andando. Era el mes de octubre y hacía bueno, con sol y agradable temperatura. Llegamos por la
tarde a casa de los tíos: la madre les dio las uvas, y la =Morica= al corral. Y aquella mujer nos dijo:
- Hasta después de oscuro no vienen los santos, pero vamos a ver las eras donde se aparecen.
Fuimos la mujer, la madre y yo a las eras. Allá estaban los altares de ramas donde se ponían los
santos. Allí había flores en unos jarrones que con todo el sol se secaban. Las rosas estaban marchitas.
Y dijo:
- Mira, aquí se suele poner San José y estas flores son para él. Mira, el Niño Jesús se suele poner
aquí. La Virgen María se suele poner ahí...
En el mismo altar se ponían los tres. Y añadió:
- El agua de estas flores es milagrosa. Todas las heridas y todas las enfermedades se curan con
esta agua.
Y nuestra madre cogió el pañuelo y lo metió y dijo:
- Pues yo soy un poco sorda...
- Pues si se moja las orejas con este agua se le quitará la sordera.
Y la madre venga a mojarse las orejas, zar, zar, zar... (Muchos años después se lo recordaba,
pero no quería créerselo.) Cuando ya vimos todo aquello, otra vez a la casa a esperar que llegara el
momento. Cuando al fin llegó dijo la mujer:
- Vamos a ir un poco pronto para coger un buen sitio, que viene gente de otros pueblos, y así el
chico pueda ver mejor.
Fuimos y ya había chicos por allí. Mientras no oscurecía del todo allí parece ser que no venía ningún
santo. Ya por fin empezaron las mujeres a rezar el rosario. Venga a rezar rosarios, venga a rezar
rosarios y algún crío empezó a gritar en vasco y todos los demás también empezaron a gritar. Chicos,
chicas... había un alboroto que espantaba. Todos éramos de entre cinco años o así, desde que sabían
PEDRO ARGANDOÑA
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hablar, hasta unos diez o doce. Bueno, ellos en vasco gritaban el santo que había venido. El Niño Jesús
el primero, por supuesto. La madre me susurraba:
- ¿Ya lo ves?, ¿ya lo ves...?
Yo miraba para todos los sitios. Había velas y miraba si era la sombra de las velas, si acaso estaba
detrás... pero no veía nada.
- ¿No ves majo, no ves?.
- Yo no veo nada.
Ya se había parado el alboroto, y a seguir rezando... Al poco rato empezaron a gritar... Otro santo
había venido, ya no me acuerdo cuál, y otra vez otra algarabía.
- ¿Quién ha venido ahora?.
- San Adrián en un caballo blanco.
No recuerdo si San José vino antes que la Virgen, pero que vino después San Adrián con un caballo
blanco... aquello se me quedó para toda la vida. Yo no vi a ninguno... Y la madre:
- ¿No ves, no ves?.
Y yo que no. Por fin, me acuerdo que me dormí. La madre al principio me pinchaba para que me
despertara, pero yo para mis 7 u 8 años, que había ido hasta Lizarraga con la yegua y ya llevaba una
hora pasada esperando a ver, no podía aguantar más, así que me dejaron dormir. Hasta que otra vez
me despertó la madre cuando se iba a acabar. Antes de concluir, los santos se tenían que marchar
todos, y me acuerdo que gritaban: “¡Agur, agur, agur...!”. Ya se fueron los santos, y cada uno a su
casa. Aquella mujer dijo:
- No te apures, que hay una chica que no tiene más que pedirle al Niño Jesús y viene. Mañana
hemos de ir a esa casa, ya verás como lo has de ver.
Nos quedamos allí aquella noche y a la otra mañana vamos a aquella casa y dice la mujer:
- Este chico estuvo ayer y no vio, y a tu chica como le viene a casa, pues hemos pensado que aquí
igual lo puede ver.
- Sí, sí, no faltaría más.
Conque, bueno, apareció la chica y dice su madre:
- Vamos a un cuarto.
Me acuerdo que era más “chiguita” que yo. La chica empieza en el cuarto a hablar en vasco, se
acomoda en un rinconcito, apara las manos y se pone el Niño Jesús encima de ella... y venga a hacer
bobadicas. Me dicen que ya había venido, que estaba allí, pero yo tampoco esta vez lo veía. Me dice la
mujer:
- Apara las manos, que te lo ponga encima.
Yo le puse las manos y la cría me lo pasó, decía que era chiquitico, chiquitico.
- Ahora lo tienes que ver.

Ni me pesaba, ni veía, ni nada... La madre ya estaba aburrida rasa. Volvimos a la otra casa, la
madre con un disgusto grande y no menos yo. Nos cogimos la =Morica= otra vez y por donde habíamos
venido, vuelta para atrás. Antes de llegar a la revuelta Arbelz, nos juntamos con el ciego y la
“pobra” y una cuadrilla de hijos que tenían. Se detiene la “pobra” y nos grita:
- ¿Qué, vienen de ver las apariciones?. Pues éste vio a la Virgen, éste al Niño Jesús, éste a no sé
quién. (Todos habían visto algo.)

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