Resumen:
En España hay ya una tendencia que ha empezado a cambiar el avemaría, el “Dios te salve, María” por el literal de origen griego “Alégrate, María”. Argumentan que se trata de corregir un error de mala traducción, pero como son muy de tejas abajo, ignoran que las redacciones traducidas antiguas ortodoxas son un don providencial. San Jerónimo ya tradujo con libertad pastoral, no filológica, el Alégrate, por un saludo grandioso a la medida de la Virgen, Ave, que solo puede provenir de Dios; más tarde en la traducción del latín al castellano se introdujo“Dios te salve”, que no era una redundante y equívoca mención de salvación para la Eximida de toda culpa. Esa fórmula anticipó la percepción añadida en España de la custodia divina perpetua sobre la Virgen, con muchos sentidos implícitos, desde que Dios salve a tu prole, a que Dios te guarde de toda blasfema y cosa horrenda lanzada por los hombres contra ti, o Tú eres la que está bajo la Custodia de Dios para siempre, todo lo cual da para mucha exégesis. Volver hoy al “alégrate” sería un retroceso: perder siglos de tradición viva nacida de una percepción inspirada, en nombre de un literalismo arqueológico, un método de esencialismo que lleva mucho tiempo entre nosotros, cortando progresivamente todas las ramas no leñosas del tronco para que quede romo como a ellos les gusta y así se lo enseñan a las gentes que no cuentan con cultura que oponer y confían en su condición de doctores de la liturgia y la escritura. Gran paradoja actualizar volviendo a lo antiguo canonizado por eruditos.
En los últimos años, en España y en algunos países de habla hispana, se ha comenzado a escuchar en labios de ciertos sacerdotes una versión que hasta hace poco resultaba impensable: “Alégrate, María, llena eres de gracia…”. Se trata de una recuperación literal del texto griego de Lucas 1,28, promovida por clérigos formados en el perfeccionismo erudito de la exégesis moderna. Curiosamente, durante décadas, ni los sacerdotes más progresistas se habían atrevido a tocar la oración del pueblo, conscientes de que el Ave María es, junto con el Padrenuestro, el pilar de la oración católica, al cual por cierto ya se le han hecho retoques que en aras a la comprensión moderna reducen nuestra comprensión de Dios (fórmula de “no nos dejes caer en tentación”, en lugar del original “no nos induzcas en tentación”)
Muestra del relieve que cobró el asunto es cuando un militante franciscano reformista, convencido de la necesidad de corregir lo que llamaba “una mala traducción”, exigió perentoriamente el cambio a la conferencia episcopal española. La respuesta no tardó en llegar desde lo más alto: una de las máximas figuras cardenalicias de la Iglesia española admitió que efectivamente la frase “Dios te salve” es una mala traducción (o sea traducción-traición), y que se modificaría cuando hubiera un clamor muy extendido de fieles y pastores.
Pero ¿es un error a enmendar o algo inspirado a custodiar?
Del griego al latín: la libertad de San Jerónimo
El Evangelio de Lucas presenta al ángel saludando a María con el término “chaíre”, que significa “alégrate”. San Jerónimo, al traducir la Biblia al latín por encargo del Papa Dámaso, no se limitó a trasladar la palabra al pie de la letra. Escogió “Ave”, el saludo solemne y reverencial de su época, que no derogaba el alégrate sino que lo expandía. El Papa le había encomendado unificar las múltiples traducciones que circulaban, algunas llenas de errores y hasta de desviaciones doctrinales.
La Vulgata de Jerónimo, por tanto, nació no de un afán arqueológico, sino de una lectura del evangelio en el sentido espiritual más amplio. Lo decisivo no era la letra desnuda, sino la fidelidad al sentido y a la fe de la Iglesia que no es algo fijo sino que avanza, no en novedad, sino en descubrimiento progresivo.
El salto al castellano: “Dios te salve”
Cuando la oración se fijó en castellano, en torno al siglo XVI, el traductor eligió una fórmula que sonaba natural, solemne y profundamente religiosa en la lengua del pueblo: “Dios te salve”. En aquel castellano no significaba tanto “que te líbre de un peligro” como “que Dios te guarde y conserve”. Era un saludo lleno de unción y reverencia, adecuado para la Madre de Dios.
Con el tiempo, esa expresión adquirió un matiz aún más profundo. Ya no era un simple saludo piadoso, sino la proclamación de que María está bajo la custodia perpetua de Dios, preservada de todo mal. Así, sin pretenderlo, el rezo popular anticipaba lo que siglos después sería proclamado como dogma: la Inmaculada Concepción.
Diferencias entre lenguas y un designio providencial
En otras lenguas se mantuvo más estrechamente el eco del latín: los ingleses rezan “Hail Mary”, los franceses “Je vous salue Marie”, los italianos “Ave Maria”. España, en cambio, tomó otro camino. ¿Por qué? La historia nos dice que en la Península hubo un amor particular por la Virgen, que se expresó con especial creatividad y afecto. La priemra muestra es la Salve, creada por san Pedro Mezonzo en el siglo X. Allí, “salve” sin dejar de ser un saludo divino se transformó en una súplica entrañable: “Salve, Reina, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra”. Lo mismo pasó con el castellano “Dios te salve”: no es un “Hola” celestial, sino un reconocimiento de que María es la preservada por Dios y la que intercede para que también nosotros seamos guardados en la gracia.
La piedad española se caracterizó por un tono entrañable y confiado, muy distinto del frío literalismo. En ese clima nació y prosperó el “Dios te salve”, que lleva en sí la huella de un pueblo que veía en María a la custodiada por Dios y, al mismo tiempo, a la Madre protectora de todos.
Podría decirse, pues, que otros países conservaron un eco del saludo reverencial latino, pero en España se dio un paso más: convirtió el saludo en una invocación teológica y afectiva durante siglos.
El problema del literalismo moderno
Que algunos propongan hoy volver al “alégrate” griego no es afán formalista. Responde a una mentalidad que absolutiza la letra en nombre de la fidelidad, olvidando que la Iglesia siempre ha interpretado y enriquecido el texto bajo la guía del Espíritu. Este literalismo parece más fiel, lo hemos victo actuar durante décadas, pero en realidad empobece y extirpa. Reduce la Palabra a un ejercicio de filología y desprecia la tradición viva de la Iglesia.
San Agustín ya advertía contra ese riesgo: la Palabra no son las sílabas, sino Cristo mismo. Santo Tomás recordaba que la Escritura tiene varios sentidos y que el literal nunca agota el misterio. Newman explicaría más tarde que la doctrina se desarrolla legítimamente, igual que un árbol crece a partir de una semilla. El “alégrate” es semilla; el “Dios te salve” es fruto maduro.
San Agustín, Santo Tomás y John Henry Newman, aunque separados por siglos, coinciden en señalar que la Revelación no puede encerrarse en la rigidez de la letra. Para san Agustín, la Palabra no es el texto escrito, sino Cristo mismo, vivo y presente. Por eso las distintas traducciones no son traiciones, sino caminos que enriquecen el acceso al Misterio; ninguna lengua puede agotarlo y Dios ha querido precisamente esa pluralidad para que nunca idolatremos la letra como si fuera un absoluto. Santo Tomás, recogiendo esta intuición, enseñará que la Escritura se entiende en múltiples niveles: el sentido literal, pero también el alegórico, el moral y el anagógico. Reducir todo al plano literal es mutilar la riqueza divina. Y Newman, ya en el siglo XIX, explicará que los dogmas no aparecen en la Biblia en fórmulas explícitas, pero surgen de ella como un desarrollo orgánico, de la misma manera que un árbol crece de una semilla bajo la acción de la vida interior que lo anima.
En cada etapa no hay contradicción, sino expansión del Misterio. Lo que era un simple saludo en el griego se convierte en una proclamación reverente en el latín y, finalmente, en una confesión teológica en el castellano. Así se manifiesta que la Palabra de Dios, cuando pasa por la tradición viva, no se empobrece, sino que crece y se hace más luminosa.
No es una reliquia muerta, es oración viva
El fenómeno del “fósil toponímico” ayuda a entender lo que pasa con el Dios te salve, María. Una expresión, igual que un nombre de lugar, puede envejecer en su sentido, pero queda fijada en la memoria colectiva. Así, una plaza de 180 años se sigue llamando Plaza Nueva y nadie lo discute, porque el nombre ya no describe un momento inicial, sino que identifica toda una historia emotiva.
El problema viene cuando, en nombre de un falso purismo, se pretende “corregir” lo que el pueblo ha consolidado, mucho más si ha sido práctica sagrada. En España hemos visto casos sangrantes: poblaciones fundadas por real cédula con un nombre de más de 700 años fueron despojadas de él, solo porque en algún pergamino medieval aparecía mencionado un caserío cercano con otra denominación. Con este pretexto erudito, se ha mutilado como sabemos la historia viva de pueblos enteros. No es un simple error, es una perversión: borrar la memoria acuñada y sustituirla por un fantasma arqueológico. No queremos hacer una equivalencia entre un texto sagrado y un pergamino, salvadas las distancias lo ponemos como ejemplo para mejor comprender.
Lo mismo ocurre con el Dios te salve. Quienes quieren cambiarlo por el literal “Alégrate” cometen la misma perversión: confunden la raíz con la rama. Olvidan que las palabras, al hacerse oración, se cargan de siglos de fe y devoción. Ya no significan solo lo que decían en su primer momento, sino todo lo que han acumulado en la vida del pueblo cristiano.
Arrancar un fósil toponímico es arrancar identidad cultural pero arrancar un término de enorme transcendencia orante es arrancar identidad espiritual. Y en ambos casos, lo que se impone no es la verdad ni la fidelidad, sino un artificio racionalista. Por eso, cambiar el “Dios te salve, María” sería no solo un empobrecimiento, sino un atentado contra la memoria de la Iglesia, equivalente pero a mucha mayor escala a amputar aun pueblo de su propio nombre multisecular.
En lugar de reduccionismos eruditos, promovamos la exégesis santamente ampliadora de sentido sobrenatural:
Dios te salve, Dios te libre de todo mal, de todo el dolor que te podamos hacer tus hijos
Dios te salve, de los hijos que te ofenden de pensamiento, palabra, obra, omisión.
Nota:
Lo que manda la instrucción Liturgiam authenticam (n.56):
La instrucción Liturgiam authenticam fue promulgada en 2001 por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
“Los términos propios de la tradición doctrinal de la Iglesia han de conservarse tal cual, incluso si su comprensión exige una catequesis adecuada. No corresponde al traductor diluir su fuerza.”
Es decir: la traducción no debe adaptarse a la supuesta “comprensión inmediata” de los fieles, sino transmitir íntegramente lo que la Iglesia profesa.
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