La siguiente es una anécdota conocida y repetida en dichos espirituales, de cuando Santa Teresa de Jesús le dijo a Jesús que entendía porqué tenía tan pocos amigos.
“Va la Madre Teresa de Jesús camino de Burgos a fundar. Es enero, y el frío de Castilla es intenso. Llueve torrencialmente; los caminos están anegados. Todos coinciden en que emprender el camino desde Ávila es una locura, pero ella va decidida, pues el Señor
la anima: «No hagas caso de los fríos, que soy yo la verdadera calor. El demonio pone todas sus fuerzas por impedir aquella fundación; ponlas tú de mi parte por que se haga, y no dejes de ir en persona, que se hará gran provecho».
Sería mucho alargarse narrar las peripecias y peligros del camino. Llegados ante el Arlanzón, los de la comitiva sólo divisan unas pasarelas provisionales (los puentes los ha destruido la riada). Hay que pasar con los carros por ahí. Las descalzas pedían la absolución a los frailes descalzos, y éstos, la bendición a la Madre. Ella se la dio alegremente.
—¡Ea, mis hijas! ¿Qué más bien queréis que ser aquí mártires por amor de Nuestro Señor?
Su carro se aventuró el primero y obligó a sus compañeros y compañeras a que le prometiesen volver a la cercana posada en caso de que ella se ahogase. Pero el Señor ya le había dicho: «¿Cuándo te he faltado?». Allá iba.
En la aventura del paso del Arlanzón lo pasó mal y llegó a lastimarse. Como siempre, su lamento fue una invocación a Dios y se quejó:
—Señor, entre tantos daños y me viene esto.
La Voz respondió:
—Teresa, así trato yo a mis amigos.
—¡Ah, Señor!, por eso tenéis tan pocos.
Pero no se han sacado buenas conclusiones de este episodio, quedándose muchos en interpretarlo como humor confianzudo de santo, o peor aún como muestra de que el Señor trata con dureza por mero afán formativo; pero no se debe tomar de ahí rigorismo alguno ni temor, porque todo es mucho más celestial. El siguiente texto se puede aplicar magníficamente al trasfondo de la aparente dureza pedagógica del Señor:
“Cuanto más el hombre se da y abandona al amor para ser envuelto, abrasado y destruido a fin de ser construido con nueva forma, (es) encendido para arder y con ello honrar y santificar, llevando entre los hermanos el ardor del horno inmenso en el que la criatura se transforma en serafín, porque penetra verdaderamente en Dios. En el Tabernáculo ardiente que es Dios -el Operador del que todo procede, el incansable que realiza todo, el Perfecto, el Completo, el Santo, el Poder, la Sabiduría, la Luz, el Pensamiento, la Palabra, el Amor, la Vida, la Gracia, el Confirmador de la Gracia- y así el hombre tiene más capacidad de ver, de reflexionar y comprender porque posee la sabiduría” (del Libro de Azarías).
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