10.1.24

Blasfemia de depravación contra lo más sagrado. Noli me tangere.

Queda puesto en cuestión todo el itinerario de los últimos tiempos en la Iglesia de los representantes, tras la salida a conocimiento público del libro sobre mística y sexo publicado en 1998, por el responsable actual de la congregación para la doctrina de la fe, uno de cuyos antecesores fue el cardenal y luego Papa Joseph Ratzinger. Y justamente este cardenal Fernández, que no ha abjurado de lo dicho en aquel libro, fue elevado a obispo y cardenal por el actual pontífice, y ha sido el muñidor con aprobación papal, de la declaración para toda la iglesia del nihil obstat a la bendición de parejas homosexuales. 

No es sólo un libro, es el triunfo de un programa contra el Santo de los santos.

Pero el nudo central de la blasfemia que supera las blasfemias que hemos llegado a conocer es la invitación a considerar la unión mística con Dios en paralelo a la unión orgásmica en todo un libro del cardenal Fernández publicado en 1998. Esto es mucho más atroz que la declaración Fiducia suplicans, pero es su fuente.

El que el autor de ese libro haya tenido un curriculum espectacular durante décadas en el seno de la iglesia no sólo argentina sino latinoamericana, que ha culminado con su actual cargo, es la prueba de que la iglesia fue siendo tomada no sólo por heterodoxos, de teología liberal por decir lo más suave, sino que a ellos venía vinculada la camuflada teología para la aprobación sodomita, y la blasfemia entre las blasfemias de la unión carnal con Cristo. Esto es un más allá incluso de aquellas sectas salidas del catolicismo que ponderaban el coito entre sus miembros como experiencia de divinidad.

Esto ya es un suma y sigue de hundimiento y de apocalipsis, cada vez más llamativo. En el relato de la Biblia, la ciudad que dio nombre a la sodomía fue destruida porque sus habitantes pretendían violar a los ángeles que hospedados por Lot habían entrado allí. Y fue destruida por el fuego. 

Si bien ha sido común que algunos se han sentido movidos mórbidamente por la contemplación de la desnudez de Cristo en la cruz en las esculturas y pinturas, ello era en forma de desarreglo de emociones y a causa del pernicioso esteticismo de las imágenes, pues por el Cristo martirizado era imposible sentir otra cosa que horror por parte de los malos y compasión por los buenos, como se comprueba en la película La Pasión de Cristo. 

Precedente blasfemo fue la película la Pasión de Pasolini, donde el cineasta proyectaba su propia lascivia, pero era un producto hecho igual que los análisis sobre la mística Santa Teresa de Jesús, por gentes exteriores a la iglesia en evidente camino de reprobación eterna.

El que este cardenal Fernández haya sido elevado progresivamente con muy menores objeciones y ya desde tanto tiempo atrás por el pontífice Bergoglio indica que el asalto demoníaco a la iglesia ya está consumado y sólo le queda progresar hasta que se dicte el fin de este tiempo por el Señor y queden finalmente separados los que se han dejado llevar de la conveniencia, de los que mantienen la fidelidad, sin que esto suponga que solamente por oponerse a este Papa ya se está justificado, pues hay que saber llevar en modo martirial esta persecución, sabiendo que si es desatada por el pecado y satanás, también es necesaria para separar finalmente la verdadera de la falsa iglesia. Aquí Fernández es una herramienta más, lo mismo que el propio demonio, para acreditar el mérito de los que vaya a decirse que no se dejaron llevar por el pecado más alto que es el de la blasfemia de máximo sacrilegio y el de los tibios que no hicieron otra cosa sino mirar para otro lado, para mantenerse en el confort de una religiosidad de perros mudos.

No sólo se ha pecado contra el espíritu Santo y se ha dado nula vigilancia en los vigilantes designados, los pastores, y ya ese pecado no tiene perdón como sabemos, sino que mucho peor aún si puede hablarse así, en una apoteosis de pecado, se ha pecado contra el conjunto de la Santísima Trinidad y contra la Reina de la Pureza, la Inmaculada Virgen María.

Nunca ha habido una enseñanza correcta sobre el papel de la sexualidad humana a pesar de que incluso este tema ha sido uno de los más provocadores de ataque a la Iglesia. Es preciso recoger la enseñanza de revelaciones como la de María Valtorta, donde se expone que el origen del pecado original es la creencia inducida por el demonio primigenio en Adán y Eva de que mediante la unión carnal, que observaban en los animales, ellos se elevarían a condición divina haciéndose ellos los autores de la vida, en tanto que el plan de Dios era una generación por su inmediata intervención, como lo había sido el mismo origen de Adán y Eva, sin mediación de ayuntamiento carnal que sólo correspondía a los animales. Dios fue forzado, y con todas sus consecuencias, a que aquella desobediencia tuviera carácter fundacional de un nuevo modo de originarse entre los humanos. De ahí vino la condena a la animalidad que ha venido sufriendo toda la descendencia humana, tras ser generados desde iniciativa carnal animal, y no por inmediación divina; esa carnalidad ha venido obligada tras la caída, y sólo ha quedado aceptable para Dios tras la Suma revelación cuando se trata de una unión bajo sanción divina, pero sin que sus efectos de pena humana hayan sido cancelados, sólo aliviados. Por eso es imposible que haya la menor cabida a un papel del placer propio de la carnalidad biológica con relación al espíritu religioso, lo que es patente por si todavía hacían falta más pruebas en el episodio de la Magdalena tras la resurrección del Señor, el noli me tangere.

El rechazo o el mero desprecio a la enseñanza querida por Dios mismo a través de sus mensajeros y señaladamente de los encargados como canales de la Madre de Dios en estos últimos tiempos entendemos que ha sido causa inmediata del progreso de la falta de fe (ya mucho antes del último concilio se daba el endurecimiento de corazones sacerdotales que es previa a todas las desviaciones, endurecimiento e impermeabilidad a la lluvia maternal de María) y ahora de la blasfemia de depravación a la que asistimos.

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