18.8.24

La Comunión une nuestra sangre con la de Jesús y nos hace Cielo de Dios

       Si llamamos sagrados a los vasos eucarísticos, sagrados a los tabernáculos y sagrado cuanto se halla en contacto con el Santísimo Sacramento. Y esto es tan sólo un contener o ser tocado, acción, por tanto, puramente exterior. Con todo, imprime un carácter sa­grado al objeto que tiene la suerte de contener o de tocar a la Eucaristía porque la Sagra­da Hostia es el Cuerpo del Señor Jesús.

Pues entonces, ¿qué vendrá a ser vuestro cuerpo a cuyo interior desciende el Cuerpo Santísimo que se anula en las Especies, absorbidas, como cualquier otro alimento huma­no, por los jugos que lo transforman en sangre vuestra? ¿Ya lo entendéis? En sangre vues­tra. Vuestra sangre, tratándose de vosotros que os alimentáis de la Sagrada Eucaristía, con­tiene, y no metafóricamente, lo que fue Especie del Cuerpo Santísimo, así como vuestro espíritu recibe la gracia que emana de este Cuerpo completo dotado de Carne, Sangre y Alma, como el de cualquier otro hombre y además, al ser Cuerpo del Verbo Divino, de Divinidad.

Si pues vuestro cuerpo debiera de ser santo como templo que es del Espíritu Santo que desciende y alienta en vosotros, ¿a qué perfección tendría que llegar para ser digno tabernáculo del Dios que viene a habitaros -es más: a fundirse con vosotros, a hacerse vo­sotros- y, dado que el Mayor no puede ser absorbido por el menor: a absorberos, a hacer que vosotros lleguéis a ser El, esto es, dioses lo mismo que El es Dios?

Yo os lo digo: deberíais imitar con el mayor ahínco a la Virgen con la que el Verbo de tal modo se unió que se hizo Carne de su carne y Sangre de su sangre y recibió vida de Ella obedeciendo a los movimientos del corazón materno y a las leyes vitales mater­nas para formarse y llegar a ser Jesús.

El Cristo concebido obedeció a la Madre. Mas la Madre ¡a qué grado de superabun­dante pureza no se elevó a Sí misma, Ella, la Toda Pura, para colocar en torno a la Divinidad un Santo de los Santos más escogido aún que aquél que resplandeció sobre el Moria! María hizo de Sí tabernáculo celestial, un trono celeste en el que Dios viviese lo más posible en un Cielo antes de sufrir los contactos del mundo.

Igual deben hacer los amantes de Jesús: Ser rinconcitos celestes para que la Eucaris­tía pueda vivir en ellos como en un palpitante y adorante Cielo, resguardada de los he­dores y abominaciones del mundo.

Y   sabed alabar en este pequeño Cielo, en vuestro pequeño Cielo en el que, si es tal, nada realmente falta porque en la Eucaristía se hallan presentes los Tres, indivisibles por más que sean Tres, formando la sublime Unidad que tiene por nombre Trinidad, de la que no está ausente la caridad de María y de los Santos siempre adorantes donde se en­cuentra el Señor, como tampoco están ausentes los coros angélicos con sus himnos que te transportan al Cielo. Sabed alabar, no con palabras sino con amor. No temáis excede­ros en las alabanzas a Jesús-Eucaristía, pues es merecedor de toda alabanza porque su mi­lagro de poder y de amor rebasa toda humana alabanza (Libro de Azarías).

 

El texto anterior eleva magníficamente cuantas comprensiones hemos podido tener desde fuentes comunes, sin desmerecerlas claro está, por ejemplo en esta Oración del antiguo oficio parvo de la santísima Trinidad:

Introducidme dentro de vuestro dominio, en ese centro de mi alma que Vos habéis creado para Vos solo -y donde Vos me invitáis a que me identifique- con Vos y con vuestro Padre y con vuestro Divino Espíritu.

Trinidad Santísima que deseáis habitar en mí, yo quiero también vivir recogido en vos, como estuvo la Virgen María al llevar en su seno purísimo al Verbo encarnado.

Cuando yo me entregue a obras exteriores quiero que ello sea para servir y amar a Vos en las almas que Vos habitáis o para preparar vuestra morada en aquellas donde Vos aún no moráis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario