En su vision sobre Pentecostés, festividad que hoy se celebra, Catalina Emmerich describe muy ampliamente toda la escena, pero un detalle llama la atención, el fuego santo penetra en la boca los apóstoles, añadiendo que es como si ellos mismos tuvieran sed de ese fuego, capacitándolos para hablar con poder sobrenatural. Pero la imagen tradicional es la lenguas de fuego posándose sobre las cabezas.
Podría verse como un indicio de mala traducción, dada la autoridad de la Venerable Emmerich, cuyo relato de la Pasión es tan valorado, podría ser que no el original sino la traducción de Hechos 2:3 que narra Pentecostés, hubiera errado al hablar de “lenguas de fuego” en lugar de “fuego en las lenguas”. Sin embargo, al revisar el texto griego y las interpretaciones de los Padres de la Iglesia, (gracias a la Inteligencia artificial), la expresión διαμεριζόμεναι γλῶσσαι ὡσεὶ πυρός describe con precisión “lenguas, semejantes a llamas de fuego, que se dividían y reposaban sobre las cabezas”. No se trata de un error de traducción, sino de un símbolo plenamente intencional: el fuego corona y santifica a quienes han de ser portavoces del Espíritu.
La otra disyuntiva es acumular otro dato contra una mística y sus visiones, pues Catalina Emmerich no “interpreta” ese signo, sino que afirma haberlo visto con claridad: en su visión —presentada con viveza como un sueño lúcido si se puede hablar así— contempla torrentes de luz semejantes a lenguas de fuego que penetran en la boca de los apóstoles, que "beben" ansiosos ese fuego como si fuera agua de la que estuvieran sedientos. Quien lee el relato sin el marco de la tradición mística podría tomarlo al pie de la letra y pensar que existe una contradicción insalvable entre lo que dice la Escritura (fuego sobre la cabeza) y lo que describe la mística (fuego en la boca). Esa tensión, de hecho, podría sembrar dudas sobre la veracidad de todo el cuerpo de visiones si no se comprende bien su naturaleza.
Para la tradición católica, sin embargo, no existe oposición entre ambos testimonios, porque hablan de dos planos complementarios de la misma realidad:
El texto bíblico, con su símbolo del fuego reposando sobre la cabeza, alude a la unción y la dignidad conferida por el Espíritu Santo (recordemos el aceite que ungía reyes y sacerdotes);
La experiencia mística de Catalina Emmerich, en un estado de lucidez extraordinaria, muestra el efecto interno e íntimo de esa unción en las facultades espirituales y vocales del apóstol: el fuego santo aplicado a la boca crea el carisma de lenguas para la proclamación universal.
Ambos planos describen la misma efusión del Paráclito, pero desde ángulos distintos. De este modo, la aparente discrepancia no desacredita ni a la Escritura ni a la visión, sino que subraya la riqueza de la realidad sobrenatural: un misterio capaz de manifestarse simultáneamente como símbolo e instrumento, corona y fuego interior, signo visible y don efectivo.
En lugar de dejar que la duda erosione la fe, podemos acoger ambos testimonios con gratitud: la Escritura nos regala el símbolo perdurable de las lenguas de fuego sobre la cabeza, y la mística nos invita a vivir internamente esa unción, sintiendo cómo el Espíritu nos capacita para hablar y ser comprendidos. Así, lo que a primera vista parece un conflicto se revela como un puente hacia una comprensión más rica del Pentecostés: la misma llama divina que ilumina por fuera también arde por dentro, encendiendo en cada creyente el celo apostólico y facultandole para obrar.
En cualquier caso hay dos soluciones "fáciles", ambas incorrectas, habría un error de traducción, que no lo hay, pero también prescindir a la menor dificultad de las visiones, ignorando la autoridad mística, por decirlo así, algo muy reiterado, demasiado, prescindir de la profecía desde una prudencia que es humana, aunque desde luego no todos pueden con esto, y por eso existe la función protectora del desconocimiento cuando no es por voluntad.
La coherencia de la visión de Catalina Emmerich con la Tradición y el Magisterio
Se aprecia en tres niveles complementarios:
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Arraigo en el simbolismo patrístico
Desde los primeros concilios y los escritos de los Padres, el fuego siempre ha sido el ícono privilegiado del Espíritu. San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) describe en sus catequesis pentecostales “llamas como de fuego” posándose sobre cada uno de los apóstoles, explicando que ese fuego purifica y capacita para el anuncio del Evangelio. Esa misma doble función—purificación y misión—se encuentra exacta y plenamente descrita en la visión de Emmerich, aunque ella experimente el fuego “aplicado a la boca” para significar la efectividad del don de lenguas. -
Compatibilidad con la teología sacramental
La unción con el Espíritu Santo, se refleja en el rito del Crisma: el óleo perfumado se unge sobre la cabeza, signo de realeza, santidad y caridad; pero su eficacia se despliega internamente en todos los miembros del cuerpo místico. Emmerich no es un lazo acerca de un sacramento distinto, sino que visibiliza el modo íntimo—“lenguas de fuego en la boca”—en que esa unción actúa sobre la facultad del habla. De este modo su experiencia no desbarata la forma ni la materia del sacramento, sino que la llena de sentido interior. -
Plena armonía con las definiciones magisteriales
El Concilio Vaticano II, en la Lumen Gentium (n. 12), habla de los carismas “divinos dones” que el Espíritu distribuye “según su voluntad” para edificación de la Iglesia. La visión de Emmerich, al subrayar la manifestación sensible de ese don, encaja perfectamente en la noción de carisma: no añade doctrina, sino que ofrece un testimonio vivencial de algo ya definido. Nunca contradice un dogma —por ejemplo, la necesidad de la Tradición viva ni la inmutabilidad del depósito de la fe—; al contrario, enriquece la piedad personal al mostrar cómo, en el plano de la experiencia mística, esos carismas pueden sentirse de manera tangible.
En suma, la visión de Catalina Emmerich no inventa nuevos símbolos ni variantes doctrinales: toma los grandes temas de la teología del Espíritu (fuego purificador, don de lenguas, unción sacramental, manifestación carismática) y los concreta en imágenes de singular viveza. De este modo, su testimonio se postula no como autoridad normativa, sino como confirmación sensible de verdades ya establecidas por la Tradición y el Magisterio.
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