27.7.25

Garabandal y el Concilio: una sincronía providencial

 

 


La función profética de Garabandal

En la historia de las apariciones marianas, cada intervención de la Virgen ha tenido una función espiritual concreta, muchas veces relacionada con los peligros de una época o con las necesidades particulares de la Iglesia y del mundo. Fátima, por ejemplo, aparece en 1917 en el umbral de la revolución bolchevique, como advertencia clara contra los errores del comunismo ateo, contra la pérdida del sentido de Dios y contra la negación del pecado. Litmanová, en Eslovaquia, a inicios de los años 90, es una llamada materna a no pasar de la libertad al libertinaje, en un tiempo en que la caída del régimen comunista podía traducirse en una nueva esclavitud espiritual, más sutil y hedonista.

No una casualidad, sino una sincronía

La coincidencia entre la cronología de las apariciones (junio de 1961 a noviembre de 1965) y la preparación y desarrollo del Concilio (junio de 1960, homilía anunciadora de Juan XXIII, Concilio propiamente dicho, de octubre de 1962 – diciembre de 1965) no parece ser una mera casualidad histórica. Sin colocar a Garabandal en una posición de confrontación con el Concilio como hacen algunos, cabe al menos preguntarse si no se trata de una sincronía providencial, una intervención paralela del cielo ante un momento de especial trascendencia eclesial. No como una voz externa o alternativa al Concilio, sino como una expresión profética que acompaña desde otra dimensión lo que la Iglesia reflexionaba, discernía y decidía en el plano doctrinal y pastoral. Cumple una función profética muy precisa, aunque ignorada en su momento: ser una advertencia celestial anticipada ante el riesgo de deformar la auténtica renovación conciliar mediante un horizontalismo pastoral y teológico que podría vaciar el núcleo de la fe.

Su misión no fue doctrinal, sino de vigilancia espiritual: no era oposición sorda al Concilio, sino a las desviaciones que vendrían por una recepción mal orientada. Garabandal se convierte así en un recordatorio firme de lo esencial y no negociable: la Eucaristía adorada con reverencia, el pecado reconocido y confesado, la autoridad del Papa acogida con obediencia, la oración diaria, la penitencia ofrecida con amor, el juicio que vendrá. Todo eso que empezaba a diluirse en nombre de una pastoral más “cercana”, más “adaptada”, pero que corría el riesgo de abandonar el sentido de lo sagrado y lo eterno.

Una voz no consultada, pero profundamente eclesial

Garabandal no forma parte del magisterio conciliar ni de su agenda teológica. No fue “consultada” ni aparece en sus documentos. Pero eso no significa que no tenga algo que decir en el mismo momento histórico. Mientras el Concilio renovaba estructuras, reformulaba el diálogo con el mundo moderno y buscaba un lenguaje pastoral más accesible, la Virgen, en Garabandal, hablaba al pueblo sencillo con claridad evangélica: llamaba a la conversión, urgía a la penitencia, reafirmaba la necesidad de la Eucaristía, del rezo del rosario, de la obediencia al Papa y de la centralidad de los sacramentos.

Estos temas no son ajenos al Concilio, al contrario son sus cimientos. Pero Garabandal los reafirma desde lo alto, con un lenguaje no académico, sin negociaciones, con la ternura y firmeza propias de la Madre. Se podría decir que, si el Concilio hablaba desde la razón iluminada por la fe, Garabandal hablaba desde el corazón transido de amor y urgencia, como si el cielo presintiera que la recepción de las reformas conciliares no estaría exenta de confusión, lecturas reductivas o desvíos prácticos.

El valor de la contradicción providencial

Como ha ocurrido en otras apariciones marianas —La Salette, Lourdes, Fátima—, la primera reacción eclesial ante Garabandal fue de reserva o negativa. Es comprensible. La Iglesia tiene el deber de discernir con prudencia y proteger al pueblo de posibles engaños. Pero también es cierto que muchas veces, el rechazo inicial ha sido más una defensa instintiva ante lo inesperado que una valoración espiritual serena de sus frutos.

Esa contradicción, sin embargo, tiene un valor teológico. Como en los profetas bíblicos, la oposición no cancela el mensaje; lo afina, lo sitúa, lo hace más claro. Garabandal no vino a competir con la Iglesia, sino a interpelarla con amor, a pedirle que no olvide lo esencial, que no tema llamar al pecado por su nombre, que no pierda el sentido de lo sagrado ni la confianza en el juicio divino.

Un tiempo de nueva escucha

Hoy, más de medio siglo después, la madurez eclesial y la perspectiva histórica nos permiten mirar Garabandal con ojos menos defensivos y más abiertos. No se trata de canonizar lo extraordinario, ni de absolutizar los fenómenos, sino de preguntarnos, en humildad: ¿Y si allí habló María para preparar a la Iglesia ante un tiempo difícil? ¿Y si no escucharla con apertura nos ha hecho más vulnerables a los errores que ella quiso evitar?

Releer Garabandal desde esta clave no implica exaltar la profecía por encima del magisterio, sino reconocer que el cielo puede actuar por múltiples vías, todas ellas al servicio de la verdad y de la salvación. Y que la Madre, aun no habiendo sido convocada al aula conciliar, no dejó de estar presente, maternalmente vigilante, en la misma historia de esos años decisivos.

Cuando el cielo habla con hechos, no con ideas

Una de las claves más sorprendentes y significativas de Garabandal es que la Virgen no responde al futuro auge del subjetivismo religioso con teoría, sino con acción sobrenatural objetiva. En lugar de discusiones doctrinales o mensajes complejos, su respuesta se acompaña de la ruptura visible de las leyes físicas ordinarias, ante los ojos de miles de testigos, durante más de cuatro años. Caminatas extáticas a toda velocidad sin tropezar por senderos empinados, caídas sincronizadas sin daño alguno, comuniones místicas con hostias visibles, miradas inmóviles en éxtasis perfectos, predicciones cumplidas. No una vez, no en privado, no de modo ambiguo: repetidamente, ante médicos, sacerdotes, militares, escépticos, niños, periodistas.

Todo esto ocurre en una época —los años 60— en la que comienza a gestarse, dentro y fuera de la Iglesia, una nueva hegemonía de la interioridad subjetiva, de la autoconciencia psicológica, de la experiencia individual como único criterio de lo verdadero y el abandono de miles de sacerdotes. Frente a esa deriva —que en el ámbito teológico conduciría a una espiritualidad sin dogma, a una liturgia sin misterio, a una moral sin norma—, la respuesta de Garabandal es una reintroducción impactante de lo real trascendente. Dios no discute, interviene.

Así, el mensaje de Garabandal no se impone por su sofisticación conceptual, sino por el sobrepasamiento del orden natural cuando esto es necesario, y si tal superación fue de tamaña magnitud, nunca vista en la historia de la iglesia, necesariamente tenía que responder a hechos amenazantes de enorme magnitud. Y esa ruptura no es arbitraria ni decorativa, sino profundamente significativa: es la forma en que el cielo responde a la clausura del mundo moderno sobre sí mismo y al abandono de la salvación de las almas por los responsables eclesiales. A una época que comenzaba a negar el milagro, el pecado, el juicio y la gracia, la Virgen responde con hechos que no caben en la conciencia moderna, ni pueden ser absorbidos por la lógica subjetiva.

En este sentido, Garabandal no solo tiene un mensaje, es el mensaje. Porque el contenido doctrinal —la llamada a la conversión, a la Eucaristía, a la obediencia— viene acompañado de una pedagogía divina que deja sin excusas a la incredulidad racionalista. Y por eso sigue siendo, hoy más que nunca, una voz incómoda, pero absolutamente necesaria.

Conclusión

Garabandal no es piedra de escándalo ni suplemento doctrinal. Es, posiblemente, una gracia anticipada, una voz que resuena en paralelo al gran acontecimiento conciliar, con la intención de custodiar su recepción más auténtica. No se puede entender el Concilio como ruptura con la tradición, pero tampoco se debe ignorar que el cielo mismo pareció intervenir para asegurar que esa renovación no se disolviera en desorientación. Garabandal y el Concilio no se excluyen, se iluminan. Porque si el Concilio fue la gran palabra de la Iglesia, Garabandal pudo haber sido, en esos mismos días, el susurro profético y simultáneamente la voz estentórea de la Madre llamando a sus hijos desde un oculto pero protegido rincón, un lugar geográfico pero que es el vallado protector en su Corazón.

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