Esta parábola inspirada tiene elementos de otras cuatro del evangelio, la del hijo pródigo, la del que dice que va y luego no va, la del buen samaritano y la del que no negoció su talento, pero contiene un mensaje que complementa magníficamente el de las otras parábolas. (No pretende ser revelación añadida).
"Había una vez un padre que tenía dos hijos a uno le dice: ve y tráeme aquello. El fue con diligencia y rapidez, pero tan rápido lo hizo que no vio la rama que salía y cruzaba el camino, tropezó cayo y se rompió lo que traía con tristeza y dolorido llego ante su padre y le dijo:
-Padre mío y señor mío deseoso de cumplir tu encargo marché rápidamente, pero en mi deseo de llegar cuanto antes a tu lado venía también con rapidez y no vi donde puse el pie, tropecé y caí rompiendo tu encargo y haciéndome daño en el pie.
Su padre se vuelve al otro hijo:
-Ve tú y tráeme el encargo.
Luego se dirige al primero y le dice:
- Ve a curarte y no te aflijas, tu intención era sólo la de agradarme.
Sale el otro hermano y como había visto lo sucedido a su hermano, una vez que tiene el encargo en sus manos camina despacio y con prudencia, pero sucede que de tanto mirar al suelo no vio la rama que estaba más baja que las otras, por lo que se da un golpe en la frente, sus manos sueltan el encargo y van a la frente, mientras el encargo cae y se rompe.
Triste y dolorido se encuentra en el camino sin saber qué hacer, piensa en su hermano y piensa en su padre, piensa que él ya había sido advertido por lo sucedido a su hermano.
Así, se le hace de noche, la herida le duele, pero sigue sin atreverse a enfrentarse a su Padre, teme su reprimenda y su decisión para con él, la noche es oscura, todo es silencio y en medio de ese silencio se encuentra solo con su dolor. Al fin amanece y comienza a caminar hacia su casa.
Su padre y su hermano angustiados al divisarle salen a su encuentro:
- ¿Qué te ha pasado? -pregunta el padre.
- ¿Qué tienes? -dice su hermano al ver su herida.
El, avergonzado no sabe qué decir y baja la mirada.
- ¿Cómo te has hecho esto? -le dice el padre.
-Padre mío y señor mío fui a buscar tu encargo, pero se me hizo de noche en el camino y como no tenía luz me perdí.
- ¿Y esa herida? -pregunta el padre.
-Me salieron unos malvados y me atacaron.
-¿Cómo pudieron verte si no tenías luz? -dijo el padre
-Ellos sí, dijo él.
-Entonces ¿tú te acercaste a ellos? -dijo el padre.
-Sí, -contesto él.
- ¿Como no les dijiste que te indicasen el camino? ¿no has dicho que te habías perdido porque no tenías luz?, ¿acaso te ataron por preguntarles el camino? Dijo el padre.
El no sabía qué decir.
-Hijo mío, acompaña a tu hermano -dice el padre al otro hermano- cura sus heridas, atiéndele, dale de comer y una vez repuesto mandale de nuevo, pero esta vez dale un farol para el camino.
Así lo hizo el hermano y al día siguiente sale de nuevo, esta vez además de lo mandado, llevaba luz. Más prudente mira arriba, pero se olvida de mirar abajo, pues había olvidado lo que le había sucedido a su hermano, preocupado sólo por lo que a él le había sucedido y por sus mentiras. Tenía la mitad del camino andado cuando tropieza y cae, por lo que el farol y el encargo se rompieron al ver el destrozo piensa: no volveré más, pero llega la noche y le pilla caminando desprevenido. Se sienta a pensar y se queda dormido la luz del nuevo día le despierta. Se encuentra lejos de su padre y de su hermano y el recuerdo de ellos y el hambre hacen que vuelva a casa, antes de llegar se encuentra con su padre y su hermano que preocupados venían en su busca.
-Padre mío y señor mío ¿cómo es que estas aquí y no en casa? -pregunta el hijo.
-Hijo mío, estábamos tan angustiados que no podíamos estar en casa sin hacer nada y hemos salido en tu busca preocupados por ti.
-Señor mío y padre mío, mi hermano salió en busca de tu encargo y tropezó y se cayó perdiendo tu encargo, lo mismo me ha sucedido a mí, dice el otro hijo.
- ¿Y cómo es que no vienes dolorido? -dice el padre
En esos momentos él se da cuenta de que es así y dice:
-Se me soltó la cuerda del zapato y caí.
-Hijo mío, (dice el padre al otro hermano), acompaña a tu hermano cuida que le alimenten bien, dale un calzado nuevo y sin cuerdas y una luz para el camino y una vez repuesto que emprenda el viaje para traerme el encargo.
Así lo hace el hermano y al día siguiente repuesto y bien alimentado sale en busca del encargo con zapatos nuevos y con la luz.
Esta vez, yendo de camino piensa: ¿y si se me vuelve a caer? ¿y si se me rompe? Mejor me vuelvo a mi padre y le digo que ya no había más; así como lo pensó lo hizo, y ante la presencia de su padre y hermano dijo:
- Padre mío y señor mío, yo sé que tú eres justo y noble por eso te digo que yendo yo de camino recordé que me dijo el dueño que ya no le quedaban más encargos de los tuyos en la tienda y por eso he vuelto a casa enseguida para decírtelo.
- ¿Y cómo es que no te acordaste de decírmelo antes? -dice el padre.
- Es que me olvidé, ya te lo dije -responde el hijo.
- ¿Y cómo es que no me lo dijiste cuando viniste después de una noche de soledad y angustia que pasamos tu hermano y yo? ¿pretendes decirme que después de ese sufrimiento no te recordabas que no quedaban más? ¿acaso no sabes que el dueño de la tienda soy yo mismo? Y ¿cómo es que si estoy aquí puedo estar allí para decirte que no había más? ¿no será que el miedo por algo que hayas hecho te hace decir eso? Ante estas palabras del padre, el hijo no sabe qué decir, el hermano interviene:
-Padre mío y señor mío te pido perdón por mi hermano, comprendo que al verme dolorido y afligido a mi antes; él tenga miedo a que le suceda lo mismo.
- ¡Pero si es que ha sufrido más! -dice el padre. No ha traído el encargo, ha mentido y ha pretendido engañarme
- ¿Acaso no tienes nada que decir? -dice el hermano al otro.
El baja la cabeza y en silencio llorando sale de la estancia, hay un silencio en la habitación, el padre y el hijo que queda no se miran, los dos contemplan al hijo y al hermano que se aleja.
Pasado un tiempo se encuentra trabajando y su trabajo es duro, recuerda con lágrimas y con nostalgia al padre y al hermano, la casa, todo lo que había tenido y por temor había perdido. No tiene salud y enferma de gravedad. El doctor le dice:
-Te queda muy poco. Si hay algo que podamos hacer por ti, los ojos se le llenan de lágrimas, y el recuerdo del padre y del hermano se hace más fuerte. En su corazón está el deseo de verles, aunque solo sea por última vez, pero de sus labios no sale ni una palabra, se queda solo en la habitación cierra los ojos, dispuesto para la muerte.
Con el recuerdo de su padre y su hermano en su corazón pasa el tiempo y alguien le toca en el brazo abre los ojos y mira sin creer lo que está viendo su padre y su hermano están allí.
-Estoy muerto -piensa.
-Hijo, estamos aquí -dice el padre.
- ¿Acaso crees que te íbamos a dejar así? dice el hermano ¿acaso no sabes que esta hacienda es del padre y que has estado trabajando para él? Así has restituido todo lo anterior.
Y dirigiéndose a los criados dice:
-Coged su cama y trasladarle a la casa, donde mi padre y yo cuidaremos de él y no solo no morirá, sino que tendrá vida eterna.
Comentario a modo de exégesis:
Esta parábola contemporánea entrelaza elementos de varias enseñanzas de Jesús: el hijo pródigo, los dos hijos, el buen samaritano, y la parábola de los talentos. Pero no se limita a imitarlas; las asimila y transforma, ofreciendo una historia original con una enseñanza propia: que no es el fracaso ante el encargo divino lo que separa al hombre de Dios, sino la mentira que nace del miedo.
I. El Padre y sus Hijos
El padre representa claramente a Dios. Es justo, misericordioso, sabio y paciente. Sabe ver más allá de los actos, hasta la intención. Sus dos hijos encarnan dos tipos de respuesta humana al llamado divino. El primero es impulsivo pero sincero: desea agradar a su padre y corre a cumplir la misión, pero en su prisa, tropieza y fracasa. Sin embargo, es honesto, vuelve herido pero sin esconder su error. El padre lo consuela y valora su entrega.
El segundo hijo es más complejo. Observa lo que le ha pasado a su hermano y actúa con más prudencia, pero cae igualmente. Al contrario del primero, no se atreve a volver con la verdad. Tiene miedo, y ese miedo se transforma en mentira. Intenta justificar su fracaso con palabras que encubren la realidad. Más adelante, vuelve a intentarlo, pero en vez de asumir su caída, vuelve antes de tiempo inventando una excusa, pretendiendo incluso engañar al padre.
Este hijo representa al ser humano que no sólo teme fallar, sino que, al fallar, teme enfrentar la verdad. Y por ese miedo, cae en la mentira. Se aleja más, no por el error, sino por no atreverse a ser sincero. Termina fuera de casa, trabajando duro, sin saber que sigue perteneciendo a la hacienda del padre. Su sufrimiento se convierte en parte de su purificación, aunque él no lo comprenda todavía.
El hermano fiel, que cuida, acompaña, y ruega por el otro, representa al justo compasivo, e incluso puede interpretarse como una figura de Cristo: el Hijo que intercede, que no se enaltece por su obediencia, sino que sirve en amor.
II. El Encargo, el Camino y la Caída
El encargo simboliza el llamado, la misión personal que Dios da a cada uno. El camino representa la vida: lleno de tropiezos, ramas ocultas, oscuridad, momentos sin luz y heridas. La caída, en sí misma, no es condenada. El primer hijo cae, pero es sincero. El padre lo honra por su disposición. La caída se vuelve peligrosa cuando se mezcla con el miedo que niega la verdad.
Aquí aparece un eco de la parábola de los talentos: el siervo que no hace nada con el don recibido porque tuvo miedo. Pero esta parábola va más allá: el hijo, además de temer, miente, ocultando la realidad. Y la mentira lo aleja más del padre que la propia caída.
El padre, que todo lo sabe, no lo rechaza inmediatamente. Le da más oportunidades, pero el hijo no puede salir de su espiral de autoengaño, hasta que en su alejamiento el sufrimiento lo quebranta del todo. En su enfermedad, al borde de la muerte, desea volver. No pide, no habla, sólo desea. Y es entonces cuando el padre y el hermano lo encuentran.
III. La Restauración
La restauración no viene por méritos, ni por logros, ni por traer completo el encargo. Viene por el amor fiel del Padre y del Hermano, que lo buscan hasta en su último aliento. El hijo, que había trabajado sin saber que servía al mismo padre del que había huido, es acogido, sanado y llevado a casa.
Y no solo eso: se declara que no morirá, sino que tendrá vida eterna. Aquí el símbolo llega a su culmen: el perdón total, la salvación final, la alegría del Padre que recupera al hijo, no porque haya hecho todo bien, sino porque en su fondo seguía amando a su Padre y a su hermano.
IV. El Mensaje Central
Esta parábola enseña que Dios valora más la intención sincera que el éxito externo. Que el miedo no es excusa cuando se convierte en mentira. Que el pecado más profundo no es el error humano, sino el rechazo a la verdad interior. Que la restauración no es imposible, incluso para el que ha vivido con mentira en la casa y se marcha. Que Dios, como Padre, no se queda esperando: sale al encuentro, incluso cuando el hijo ya no se atreve a volver.
El servicio oculto, el trabajo hecho en el dolor, incluso fuera de casa, puede formar parte de la restitución. Y el hermano fiel, que intercede y cuida, muestra cómo también nosotros participamos del amor restaurador del Padre.
V. Conclusión
“El encargo del Padre” es una parábola que invita a mirar el corazón más que las obras, que muestra cómo la misericordia no se agota en la caída, y que confronta el gran peligro de la mentira falsamente piadosa nacida del miedo. Pero sobre todo, es una historia de esperanza: porque aún el que se aleja, miente, cae y calla, puede volver si su corazón anhela el hogar.
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