En las últimas décadas, la Renovación Carismática Católica (RCC) se ha convertido en uno de los movimientos más visibles dentro de la Iglesia. Su estilo de oración, marcado por el entusiasmo, la efusión emocional y el protagonismo del Espíritu Santo, ha cautivado a muchos fieles. Pero esta misma fuerza expansiva ha llevado también a una colonización progresiva de los lugares de apariciones marianas, en especial Medjugorje, que es hoy uno de los fenómenos espirituales más señalados de nuestro tiempo.
La cuestión que se plantea es seria: ¿qué ocurre cuando un movimiento de corte pentecostalista, que no bebe de la tradición mística clásica de la Iglesia, se apodera de los espacios donde la Virgen se manifiesta? ¿Cómo discernir entre el verdadero espíritu mariano y la lógica carismática que lo recubre?
La lógica expansiva de la RCC
La RCC no crece por una organización centralizada, sino por la multiplicación de grupos locales y autónomos. Cada comunidad reproduce el mismo estilo: cantos repetitivos, oraciones en voz alta, profecías espontáneas, fenómenos extáticos. De este modo, aunque no exista un mando único, su presencia se percibe como una corriente global.
Allí donde hay un espacio de fervor popular, la RCC se instala con facilidad. Y los lugares de apariciones, por su fuerza de atracción, se convierten en terreno privilegiado para esta colonización.
El caso de Medjugorje
En Medjugorje, las condiciones históricas facilitaron esa influencia. Aunque se trataba de un país comunista, algunos franciscanos lograron viajar al extranjero y traer consigo la espiritualidad carismática. Así se produjo una hibridación inconsistente: el carisma franciscano, pleno en sí mismo, se vio mezclado con prácticas pentecostalistas ajenas a su tradición.
A esto se añadió la llegada masiva de peregrinos carismáticos de todo el mundo. No fue un control centralizado, sino la suma de miles de grupos que poco a poco recubrieron Medjugorje con el estilo RCC. El resultado fue una percepción internacional del lugar más cercana a un centro carismático mundial que a un santuario mariano de penitencia y silencio.
La coexistencia de dos espíritus
En Medjugorje y en otros lugares semejantes parecen convivir dos corrientes:
El espíritu mariano auténtico, que llama a la oración, la penitencia y la conversión, conduciendo siempre a Cristo en obediencia a la Iglesia.
El espíritu pentecostalista, marcado por la emocionalidad, los fenómenos extraordinarios y la centralidad de la experiencia sensible.
Trigo y cizaña crecen juntos hasta que llegue la siega. La Virgen, en su paciencia materna, permite esta convivencia provisional, sin que ello equivalga a un laissez faire y sin que signifique que Ella no siga padeciendo la pasión de ver cómo se margina a su Hijo.
La diferencia con las mariofanías históricas
En Guadalupe, Lourdes, Fátima, María nunca interrumpió la liturgia ni se puso en el centro. Cuando pidió capillas o templos, fue siempre para que allí se custodie un sagrario con su Hijo, bajo su advocación materna. El estilo de María es claro: humildad, obediencia, discreción, cristocentrismo, y es Ella justamente la que más sabe del Espíritu Santo.
En contraste, la RCC suele transformar la misa en una apoteosis emotiva, con aplausos, gritos, caídas y oraciones por libre. El sacrificio de Cristo se ve oscurecido por el protagonismo de la asamblea. Aquí se muestra con claridad la diferencia: María nunca desplaza al Hijo, mientras que el estilo carismático termina por oscurecerlo.
El Espíritu Santo y su libertad
El Espíritu Santo sopla donde quiere, sin dejarse forzar. No porque haya sido menos nombrado en la historia de la Iglesia significa que hubiera sido olvidado, El ha estado tan plenamente como lo haya estado el Hijo y la Virgen; ha obrado siempre inseparable del Padre y del Hijo.
La RCC, sin embargo, parece querer forzar al Espíritu con métodos y ambientes. Pero el Espíritu no se deja manipular. En su pedagogía divina, a veces permite que ciertos deseos humanos se cumplan, no como confirmación, sino para que el tiempo muestre lo contraproducente de lo que nace de la pura iniciativa del hombre.
El Espíritu jamás eclipsa a Cristo ni a María. Su misión es glorificar al Hijo y santificar a la Iglesia a través de la intercesión de la Madre.
La instrumentalización de María
Al invocar a Medjugorje, la RCC parece revestirse de ortodoxia. Porque la Virgen es, para el pueblo fiel, la mayor garantía de fidelidad católica. Pero aquí surge la contradicción: usar a María no equivale a seguir su espíritu.
Lo que ocurre es una instrumentalización: María se convierte en banderín de enganche para atraer fieles, pero luego su figura queda subordinada al estilo carismático. Ni Cristo ni María resplandecen con claridad; ambos quedan difuminados bajo un barniz pentecostalista.
Esto no es del todo nuevo. En la historia ya hubo grupos que usaron la devoción mariana como bandera para sus propios fines. La RCC repite ese patrón, pero con un alcance global.
El paralelismo con el protestantismo
Dios concede gracias incluso fuera de la ortodoxia. En el protestantismo abundan testimonios de conversiones, curaciones y hasta exorcismos. Pero esas gracias son iniciales y no llevan a la plenitud, porque falta la Eucaristía, María y la obediencia a la Iglesia. El resultado es un fervor que termina en vacío o estancamiento.
Algo semejante ocurre con la RCC dentro del catolicismo. Aunque estén dentro de la Iglesia visible, su espiritualidad se asemeja más al protestantismo que a la mística católica: buscan señales, emociones y efusiones, pero ignoran el camino de purificación y silencio que enseñaron los grandes santos.
Dios puede concederles gracias iniciales, pero al no adentrarse en la mística clásica, quedan detenidos en la superficie. Su destino es parecido: entusiasmo que se agota, fervor que se convierte en vacío.
El criterio de la tradición mística
San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila, Santa Teresita, San Ignacio… todos advirtieron contra el peligro de absolutizar lo sensible. Las visiones, las emociones, las señales son accidentales; lo esencial es la unión de la voluntad con Dios, en fe desnuda y amor obediente.
La RCC, en cambio, desconoce o relega esta tradición. Por eso sus fieles, aunque empiecen con entusiasmo, muchas veces no alcanzan la madurez espiritual que la Iglesia enseña desde siglos.
Conclusión
La RCC ha tomado los lugares de apariciones, y en especial Medjugorje, no por un control centralizado, sino por la acción de sus múltiples grupos que han recubierto el espíritu mariano con un estilo pentecostalista. Esta apropiación produce efectos claros:
Oscurece la centralidad de Cristo en la misa. Difumina incluso a María, usándola como bandera pero ignorando su estilo. Reproduce en el ámbito católico la misma dinámica que en el protestantismo: gracias iniciales, pero vacío final por no seguir la sabiduría mística garantizada por los santos.
Frente a esto, el discernimiento es urgente: recuperar la verdadera disposición filial hacia María, la centralidad de Cristo en la Eucaristía, y la discreción verdadera del Espíritu Santo. Solo así se podrá distinguir el trigo de la cizaña y permanecer en la fidelidad de la Iglesia.
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